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El proceso de desarrollo de la fe y del crecimiento de la vida cristiana, en la dimensión cultural y en los aspectos morales y espirituales, se halla encerrado en la idea de "maduración de la fe". Pero es un concepto ambiguo en el plano psicológico y en el teológico.
En lo psicológico, está la referencia a la maduración. Implica una armonía en los diversos aspectos de la personalidad: el intelectivo, mediante una progresiva instrucción religiosa que ofrezca claridad de ideas y profundidad de juicios; en el plano moral y volitivo la madurez produce y se manifiesta en la vida virtuosa, en la práctica del bien y en opciones libres en conformidad con principios evangélicos; en la dimensión afectiva, la madurez desencadena actitudes positivas e intereses acogedores ante todo lo que implica trascendencia: Dios, Cristo, salvación, Providencia, Iglesia, esperanza, caridad, justicia y acción del Espíritu Santo.
En el aspecto teológico hay una referencia a la fe, con lo que de misterioso ella implica. La fe no es la aceptación de una doctrina: moral, dogmática o cultual; es más bien la adhesión a una Persona, que es la de Cristo, Hijo de Dios y la acogida de un misterio trinitario. Sólo la gracia divina, no la inteligencia humana, es la fuete de la fe. Madurar en la fe es integrarse progresivamente en ese misterio divino y adherirse cada vez a esa Persona y hacerlo cada vez más consciente y libremente.
En consecuencia, "maduración" es el proceso bivalente de ir avanzando por ese doble camino y "madurez" es el nivel alcanzado en ese proceso.
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